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Al rescate de Max

Tomás era un niño de ocho años, lleno de imaginación y aventuras en su mente. Desde que podía recordar, su perro Max había sido su mejor amigo. Un perro pequeño y juguetón de pelaje dorado que siempre lo acompañaba a todas partes. Pero un día, Max desapareció. Tomás lo buscó por toda la casa, en el jardín, en el parque donde jugaban, pero Max no estaba en ningún lugar.

Esa noche, mientras miraba la luna desde su ventana, convencido de que había buscado en todos lados, Tomás tuvo una idea loca y maravillosa. "¡Max está en la luna!", pensó de repente. Y si estaba allí, Tomás sabía que tenía que ir a buscarlo.

Al día siguiente, comenzó a construir su cohete. Usó cajas de cartón, cinta adhesiva, y una enorme sábana vieja que encontró en el armario para hacer el ala delta del cohete. Pintó estrellas y planetas en los lados con sus lápices de colores y, en la punta, escribió "Rescate de Max" con letras grandes y brillantes. Sabía que necesitaría un casco de astronauta, así que tomó un colador de la cocina y lo ajustó sobre su cabeza. Estaba listo.

Tomás subió a su cohete, imaginando los motores rugiendo bajo sus pies. Cerró los ojos, contó hacia atrás como había visto hacer a los astronautas en la televisión: "¡Tres, dos, uno... despegue!". Sintió cómo el cohete se elevaba hacia el cielo. Las estrellas se movían rápidamente a su alrededor y, antes de que se diera cuenta, estaba flotando en el espacio. El cielo era oscuro y brillante a la vez, y delante de él se veía la luna, enorme y redonda.

Aterrizó suavemente en la superficie lunar, donde el suelo era polvo plateado y las montañas parecían estar hechas de luz. Bajó de su cohete y empezó a buscar a Max. Caminó por los cráteres, saltando como si no pesara nada. Cada vez que gritaba "¡Max!", el eco se expandía por todo el espacio.

Después de un rato, Tomás vio algo moverse a lo lejos. ¡Era Max! Su perro corría alegremente sobre las rocas lunares, moviendo la cola con entusiasmo. Tomás corrió hacia él, abrazándolo con todas sus fuerzas. Max estaba tan contento de verlo que lamió su cara una y otra vez, haciendo que Tomás riera como nunca.

"Te extrañé, amigo", le dijo Tomás acariciando su pelaje dorado. Max lo miró con sus ojos brillantes y ladró feliz. Pero ahora, Tomás tenía otra misión: llevar a Max de vuelta a casa.

Subieron juntos al cohete, y esta vez, con Max en el asiento del copiloto, emprendieron el viaje de regreso a la Tierra. Tomás imaginó cómo el cohete descendía lentamente, cruzando las nubes y volviendo a su jardín. Cuando abrieron la puerta del cohete, estaban de vuelta en casa, donde todo parecía más brillante y cálido.

Esa noche, Tomás y Max se quedaron mirando la luna desde la ventana. "Fue una gran aventura, ¿verdad?", le dijo Tomás mientras abrazaba a su amigo peludo. Max le dio un pequeño ladrido, como si también lo supiera. Y así, bajo la luz suave de la luna, Tomás se quedó dormido, soñando con futuras aventuras espaciales, sabiendo que, pase lo que pase, siempre encontraría a Max, incluso en los lugares más lejanos del universo.

Y cada vez que alguien le preguntaba dónde había estado Max, Tomás solo sonreía y señalaba la luna.

Fin.

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