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La noche en la montaña

Joe, un joven de 16 años con espíritu aventurero, decidió que ese día sería perfecto para explorar las montañas que rodeaban su pequeño pueblo. Salió con una mochila ligera, su cantimplora y un mapa que le parecía suficiente para orientarse. A medida que el día avanzaba, el sol brillaba intensamente y Joe se sumergía en el paisaje, encantado por la tranquilidad del lugar.

Horas más tarde, cuando el cielo comenzó a teñirse de tonos anaranjados, Joe se dio cuenta de que el sendero que seguía ya no parecía tan familiar. Había caminado demasiado y, peor aún, había perdido de vista el camino. Intentó volver sobre sus pasos, pero cada dirección lo alejaba más. El temor de pasar la noche en la montaña lo invadió, pero decidió concentrarse y resolver cada problema con calma.

Lo primero que hizo fue buscar un lugar donde resguardarse del frío. Encontró un pequeño claro rodeado de árboles, donde el viento no soplaba tan fuerte. Sabía que necesitaría una fogata para calentarse durante la noche. Aprovechando los últimos rayos del sol, usó sus anteojos como una lupa, enfocando la luz en un montón de hojas secas. Con paciencia, logró encender una chispa que pronto se transformó en un fuego que lo reconfortó y le proporcionó seguridad.

Mientras caía la noche, los insectos y mosquitos comenzaron a aparecer en masa, perturbando su tranquilidad. Joe, decidido a mantenerlos a raya, cortó ramas y hojas verdes de los árboles cercanos y las echó al fuego. El humo espeso que se produjo mantuvo alejados a los molestos insectos, permitiéndole descansar sin interrupciones.

A medida que la temperatura bajaba, Joe recordó que su cantimplora estaba casi vacía y que necesitaba agua para el día siguiente. Entonces, se acordó del envoltorio de aluminio que había guardado después de comerse un sándwich al inicio de su caminata. Ideó un plan para recolectar el rocío nocturno. Extendió el envoltorio sobre una pequeña depresión en la tierra y colocó la cantimplora justo debajo, en el punto más bajo del aluminio, para que el líquido condensado cayera directamente en ella. Satisfecho con su ingenio, dejó que la noche hiciera su trabajo.

Al amanecer, Joe encontró que el envoltorio de aluminio había recolectado una buena cantidad de agua en su cantimplora. Con renovada energía, decidió que era hora de encontrar el camino de vuelta. Sin embargo, estaba completamente desorientado. Recordando un truco que había aprendido, improvisó una brújula. Sacó una aguja de su botiquín, la frotó varias veces contra su cabello para magnetizarla y la dejó flotar sobre una hoja en su cantimplora con agua. La aguja apuntó al norte, y con esa referencia, comenzó a caminar en la dirección correcta.

En el camino, Joe se topó con una grieta en la montaña que bloqueaba su paso. Necesitaba atravesarla, así que decidió usar sus cordones de las zapatillas. Los ató firmemente entre dos ramas largas para hacer una cuerda improvisada, que le sirvió para bajar con seguridad por la pendiente y continuar su ruta.

Finalmente, tras varias horas caminando siguiendo su brújula improvisada, escuchó el sonido inconfundible de un río sabia que siguiendo su curso daría de seguro con algún poblado. Aliviado y agotado, Joe siguió la corriente del agua hasta llegar a un pequeño poblado de no mas de dos o tres viviendas. Allí logro pedir socorro, los habitantes del lugar le brindaron algo de alimento y lo ayudaron a volver a su casa sano y salvo.

Aquella noche en la montaña lo había puesto a prueba, pero Joe había aprendido algo invaluable: su ingenio y calma podían superar cualquier obstáculo que se presentara. Desde entonces, cada vez que miraba las montañas desde la distancia, no solo veía un paisaje hermoso, sino un recordatorio de que estaba listo para enfrentar cualquier desafío.

Fin.

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